Hablar para ser escuchado no es algo
que muchos desconocidos hagan: por lo general hablan para afirmarse, para
conseguir adeptos, para entronizarse, para despotricar, para marcar territorio.
Dicen cosas para otros que escuchan, pero cuya presencia es inexistente. Así,
un cuerpo no le habla a otro cuerpo, sino a una silueta. […] Un hombre
habla, otro escucha: eso no es suficiente.
Carlos Skliar.
De
acuerdo con las múltiples lecturas que es posible realizar desde el contacto
con la escuela, con la educación y con las aulas, me he detenido a pensar en
algo que, de un tiempo hacia acá, vengo sintiendo alrededor de ello, y es el aula
como un espacio de ausencias; tanto corporales como espirituales, donde, pese a
que existan muchos cuerpos en cada una de las sillas que conforman el aula, hay
ausencia de voces, de escucha, de diálogos, de almas…ausencias en aquellos “cuerpos
presentes”. Y es sobre esta segunda expresión sobre la cual quisiera detenerme
en las siguientes páginas donde pretendo acercarme a una clase universitaria en
clave de comunicación pedagógica, es decir, de aquellas interacciones y
aquellos encuentros, espacios y momentos que se desprenden de dicha clase, un
curso de psicolingüística para ser más precisa y en el cual he logrado sentir esta
mencionada sensación.
Comencemos
con algo básico pero, en mi opinión, determinante: el salón. Este curso,
perteneciente al plan de estudios de la Licenciatura en Humanidades, Lengua
Castellana de la Universidad de Antioquia es dictado, literalmente dictado, los
días lunes y miércoles en las horas de la noche en el aula 9-316, sí, la misma
que en otros días se ve revestida de palabras, de imágenes, de cuerpos y, tal
vez, de presencias. Allí, y en compañía de un proyector de filminas, es donde
el “maestro” se dispone a hablarnos sobre la afasia de Broca, de Wernicke, de
la plasticidad cerebral, de las apraxias, la afonía, la disartria, la dislalia,
la disfemia, la dislexia…es decir, del múltiple manejo de sus conceptos y de
sus conocimientos.
Y
entre ellos, el profesor titular VI llega al aula con el ánimo de explicarnos
de qué forma el hombre adquiere el lenguaje, no la lengua, el lenguaje, dejando claro, clase tras clase, que es el cerebro el
principal protagonista de este proceso y como segunda instancia aparecen los
otros, la sociedad y la cultura como aspectos que aportan al mismo.
Es
imposible, entonces, no entrar en debate con estas ideas tan discutibles y
refutables cuando se trata, precisamente, del lenguaje, un tema tan diverso y,
a veces, tan inexplicable. Pero no será éste el espacio para hacerlo, y el
curso de psicolingüística, tampoco.
Además
del proyector de filminas, hay otro elemento sin el cual no sería posible
dirigir el curso: el libro. Éste consta de unas quinientas o seiscientas páginas,
donde son recogidos los treinta y cuatro documentos por abordar a lo largo del
semestre académico. Estos tienen un dueño desde el comienzo de la clase, un
dueño que, para este caso, son los catorce alumnos matriculados. Así, además de
las intervenciones del maestro, hay algunas clases en las cuales somos nosotros
quienes tenemos la palabra, pero no la nuestra, la palabra de unos cuantos
autores quienes, como el profesor, consideran que es desde el cerebro donde se
regulan todas y cada una de las acciones del hombre, ya no sólo en relación con
la lengua, sino en relación consigo mismo y con su entorno.
Así,
entonces, van pasando las clases de psicolingüística: intervenciones por parte
del maestro, su conocimiento, su cerebro y sus diapositivas, en frente de un
grupo de estudiantes para quienes, en algún momento, fue más importante la
visita de una mosca que esa extraña presencia-ausencia
del maestro que aquí se menciona. Su cuerpo, en frente nuestro, sólo me
permite observar a un hombre que tiene saberes y más saberes en su cabeza, un
monólogo de conocimientos en donde los saludos, las miradas, las preguntas y
los errores no tienen cabida.
Y
aunque exista una parte de la clase en la cual el maestro relegue la palabra al
estudiante, como bien lo enuncio líneas arriba, no deja de ser esto un
cuestionable momento dentro del curso, pues cada uno se encarga de leer el
texto correspondido, lo cuenta a los demás compañeros y, cuando finaliza, el profesor
titular continúa con su clase y sus filminas, como él mismo las llama.
¿Por
qué decir, entonces, que éste es uno de esos espacios escolares habitado por ausencias?
Porque, sin duda alguna, existe un gran distanciamiento entre el maestro y los
estudiantes, porque el maestro está allí, al lado del tablero, a veces de
espalda, otras veces con su mirada puesta en el piso y, algunas escasas veces,
con su mirada en frente nuestro. Porque mientras el maestro discute y dialoga
con él mismo y con su saber, nosotros, los estudiantes, nos disponemos a otro
tipo de encuentros que no están, precisamente, en el ámbito psicolingüístico:
conversaciones con los infaltables black
berrys, cuadernos que, en lugar de apuntes, tienen flores, rostros y
tribales, risas y sonrisas que se convierten en una suerte de complicidad. ¿Hay
allí alguna interacción? Sí que la hay: la del maestro consigo mismo y la que
hay entre nosotros donde, con sólo mirarnos, nos damos cuenta de que éste no es
el mejor lugar en el cual hemos estado o el lugar en que queremos estar.
Pero…¿hay interacción con un saber, con un tema o con un asunto que nos
movilice, que nos cuestione y que nos haga sentir vivos como los maestros que
somos o que, quizá, seremos?
Es
un espacio de ausencias porque estar allí, de cuerpo presente, no significa,
exactamente, estar con los sentidos, con el deseo y con el gusto. La mayoría
del tiempo el aula está invadida por silencios que dan a entender que no
estamos en conexión con la clase ni con sus dinámicas y que, como lo expresa el
profesor Carlos Skliar, en esta clase “un
cuerpo no le habla a otro cuerpo sino a una silueta” porque el cuerpo, tal
vez con su cerebro como compañía, esté en otras búsquedas y en otros momentos. Y
aunque sobre el tema de psicolingüística haya mucho que decir, haya mucho por
contar, por saber y, quizá, por aprender, y siguiendo con la frase que
gratamente encabeza este texto, el hecho de que un hombre hable y otro escuche,
no es suficiente; no es suficiente para crear, para discutir, para debatir y,
mucho menos, para interactuar.
***
Aprovechar
el curso de psicolingüística como un ejemplo para la interacción pedagógica es
un vivo retrato de lo que me pasa durante este encuentro académico, en el cual
tengo mi mente (a propósito de mente, a propósito de cerebro) y mi cuerpo
dispuestos en otro lugar o, mejor, presentes en otro espacio. Mi silueta está
allí, lo sé, pero yo, con todos mis sentidos, estoy preguntándome por cada
detalle sucedido en la clase, estoy pensando en la importancia de cada uno de
los conceptos clínicos y biológicos de los cuales el maestro habla, sabe y
conoce. Estoy mirando al maestro y preguntándome qué es lo que lo apasiona, qué
es lo que verdaderamente quisiera enseñar. Observo a mis compañeros y sus
rostros inexpresivos (como el mío) cuando tienen su vista en frente del
profesor y me pregunto ¿qué estamos haciendo allí? ¿Estaremos tratando de
retener cada concepto impartido por el docente con el ánimo de no perder el
examen final? ¿Qué es lo que, realmente, está pasando en este curso, en este
espacio de silencios y de ausencias?
Puede
que a nivel de conocimiento y de saber sea muy poco lo que, hasta ahora, se
haya visto atravesado por mi cuerpo, puede que al final no logre encontrar la
fórmula exacta para detectar en la escuela a un niño con problemas en su
aprendizaje al hablar, pero me queda toda una lectura alrededor de ciertas
dinámicas universitarias que, desde lo que vivo y lo que siento, se convierten
en una amalgama de sinsentidos y en donde la única experiencia que me puede
atravesar es la que plasmo en estas palabras, palabras llenas de desencanto e
incertidumbre.