domingo, 12 de junio de 2011

Las dueñas de la calle


Son muchas, muchísimas, bellas, bellísimas. Son putas, putísimas.

Son las mismas de todos los días y en cada cuadra, en cada casa, en cada puerta están ellas en pie. Vendiendo compañía y esbeltez. Vendiendo sus cuerpos. ¿Y sus almas?, tal vez ésas no estén a la venta.

Mañana, tarde y noche, en cualquier momento del día, ellas son las dueñas de la carrera Cundinamarca.

Las raíces de su vida están ahí, en aquella larga y agobiante calle, listas para ser arrancadas cuando la vida misma decida, cuando lleguen otras, más bellas, más putas, a convertirse en las nuevas dueñas de la calle, en las nuevas dueñas del placer.

Sus esperanzas, en cambio no mueren, pues ésas nadie, ni la más bella, ni la más puta, podrá arrancarlas. Esperanzas que se nutren con las ganas de un hombre insatisfecho, de un hombre infeliz; esperanzas que despiertan con la sonrisa de unos niños que aguardan solos, en su casa, por un padre, por un plato de comida, por una prenda para vestir, un juguete, un cuaderno o un libro para salvar a su mundo, a su realidad.

Esperanzas acompañadas de tristeza y de rencor, esperanzas que se duermen cuando va cayendo la noche, cuando esa calle, caótica en el día, va adormeciendo sus aceras; esperanzas que se duermen con el último hombre que disfrutó del placer vendido…las esperanzas de aquellas dueñas de la calle que duermen, pero no mueren, esperanzas que nunca mueren.