sábado, 13 de junio de 2009

Los colores de su cuerpo



Éramos dos, siempre lo había pensado así, pero a la vez, éramos un equipo, éramos una unión, éramos uno solo.
Gozaba tanto de un despertar al saber que él estaba a mi lado, gozaba tanto de un atardecer con él en mi cabeza y no podía evitar ese placer que sentía en las noches cuando sentía su cuerpo en mí, sí, su cuerpo bañado de sudor, sudor que resbalaba por mi cuerpo y me hacía sentir que era suya y solo suya.
Sus labios, rojos como el corazón que palpitaba cada vez que lo besaba, eran en mí una escapatoria, un volar, un ir y venir de este mundo putrefacto y absurdo y negro.
Sus manos, que a la vez eran alas, suaves, hermosas, blancas, me erizaban cada uno de mis vellos, de mis cabellos, cada rincón de mi piel.

Eran sus ojos una escapatoria también, ellos, verdes y claros, me hacían ir a las estrellas, al cielo, me hacían llorar, pero de alegría, de alegría al saber que ese par de pupilas eran mías tanto como suyas y eran sinceros, sinceros tus ojos… mentira.
Y ¿qué decir de sus pies? Me protegían a cada instante, me cubrían y alejaban de mí esos miedos constantes y miedos perversos, esos fantasmas que no dejaban de perseguirme, mis fantasmas, sus fantasmas.
Y esa nariz, ese olfato que perseguía locamente mi cuello, mis manos, mi cabello, mi piel, la sentía cada día más, era mía, la besaba, la tocaba, la olía, la sentía… te sentía.

Pero fueron sus oídos la más fiel compañía en esas tardes frías, húmedas y grises, en las que solo él me sacaba de mi misma, tardes en que solo quería estar a su lado, bajo el calor del fuego y la pasión de sus labios y la suavidad de sus manos y la sinceridad de sus ojos y la protección de sus pies y la búsqueda incansable de su nariz.

Sus oídos fueron testigos de cada instante que permanecíamos juntos, de nuestras historias, juegos ingenuos y juegos eróticos, ellos fueron testigos de nuestra unión, unión… desunión.