miércoles, 4 de junio de 2008

HUATACAY



Vivían en una aldea un par de ancianos, poseían todo lo que necesitaban para subsistir, gozaban de su tierra y sus cultivos, no tenían hijos, por lo tanto solo se tenían el uno al otro.

Su aldea, que se encontraba al norte del Amazonas, era tan mágica como el tibio resplandor del sol al amanecer y estaba rodeada de ríos, quebradas y montañas, por esto, la naturaleza era cómplice de este par de ancianos, las flores, las piedras, los arroyos, los pájaros, los árboles y demás hacían parte de sus vidas y eran testigos de la soledad que acompañaba a Parazuram y Siama, los ancianos. La Madre Naturaleza les había otorgado una fuente de agua natural sólo para ellos. Todos los días recogían el agua para preparar los alimentos, se bañaban y bebían de ese mineral que para ellos era vida.

En lo más recóndito de la aldea se encontraba una gran quebrada, limpia, fresca y cristalina, llamada Huatacay y era, por ser la más grande y majestuosa de todas, la diosa de las quebradas. Era tan hermosa que nadie se le acercaba, pues podrían dañar su belleza, era tanta su belleza que un día un pétalo de una flor, sin querer, cayó a sus cristalinas aguas y Huatacay desató una fuerza enorme llevándose por delante gran cantidad de árboles y flores, pues no permitía que con nada fuese tocada.

La temporada de sequía había llegado al Amazonas, y a pesar de la humedad de esta selva, ubicada en el centro del mundo, comenzaba un inclemente período de calor, ese calor húmedo e insoportable. Cierto día, Parazuram quería tomar un baño, pero el agua de su fuente se había evaporado, estaba totalmente seca, desesperado y sin saber que hacer, recurrió a su mujer, a Siama, quien también se encontraba confundida por la situación que en ese momento vivían, así que entre ambos pensaron que la única forma de sobrevivir era desafiando a la majestuosa quebrada.

Lo hicieron sin la intención de desatar la furia de Huatacay, pensaron que por un simple trago de agua no iba a enfadarse, pues por ser temporada de sequía, pensaron ellos, dejaría de lado su egoísmo y compartiría su agua con los habitantes de la aldea. Pero no, estaban equivocados. Y si algo molestaba a la engreída diosa era que se bebieran su agua, quizá la estaba guardando para los tiempos venideros, que serían peores, tiempos de calentamiento, lluvia ácida y efecto invernadero. O quizá la guardaba sólo para alimentar su ego.

Parazuram llegó a sacar agua de la quebrada Huatacay, lo hizo con mucho miedo, miedo a que se enojara y le hiciera algo malo, sacó el agua con mucho recelo, lo intentaba hacer a escondidas, quería ocultarse, pero esto no era posible ante tan grande diosa, pero Parazuram dejó atrás sus miedos y tomó entonces el agua que tanto necesitaba, ambos bebieron y calmaron su sed.

Ella, al ver lo ocurrido, comienza a enfurecerse y se empieza a crecer, pero de pronto se da cuenta que el agua puede ayudar a salvar vidas, puede hacer feliz a la gente y puede llagar a ser muy saludable para todos, entonces decide perdonarlos.

Los demás aldeanos se dieron cuenta entonces de que la diosa era no eran tan terrible como se la imaginaban y que no se enojaba porque usaran su agua, así que empezaron a abusar de ella, todo el tiempo sacaban agua para jugar, la botaban y la ensuciaban y ella que era tan bella y fuerte comenzó a verse desaliñada, fea, sucia y comenzó a perder fortaleza. Entonces aprovechó el último aliento que le quedaba y decidió darle una lección a todos los habitantes de la aldea y con la mayor de sus fuerza la inundó y creó estragos y dolor en todos, incluso en aquel par de ancianos a quienes ya había perdonado, porque lastimosamente la fuerza de la naturaleza, una vez desatada, no puede seleccionar a quienes arrastra y a quienes no.

Y aquella agua que alguna vez fue vida, se convirtió en horros, desolación y desastre.

Este fantástico cuento, fue presentado para la materia Literatura Infantil en el año 2008