sábado, 15 de agosto de 2009

Escribiendo a la muerte


“…Entonces bienvenida sea la dulce muerte fijada de antemano…” Andrés Caicedo. Que viva la música

Siempre había pensado que nunca me iba a pasar, lo veía venir lejos y, en algunas ocasiones, omitía el tema. Sin embargo, de un tiempo hacía acá, la siento cerca, tan cerca que la veo en cualquier lugar, en cualquier esquina, en cualquier persona, en la calle, en las aceras, en los autos, en las tiendas, en los bares. Es la muerte, la que siento que me persigue y es la muerte la que está presente siempre, al igual que la vida, en todos y en todo momento.

Me refiero a esa muerte que veo en los ojos de un niño que no tiene hogar, que no tiene un juguete o un amigo, a la muerte de los ancianos que están solos, a la muerte de ese joven que no se siente amado y que busca desesperadamente el calor de una mujer, a la muerte de la vida cotidiana, al abandono del hogar y al abandono de nuestra propia felicidad.
Mirando lo anterior, puedo decir con toda confianza que no estoy muerta, al contrario me siento más viva que nunca, sin embargo, no puedo dejar de pensar que tengo la muerte cerca, a mi lado, no dejo de pensar que el motociclista que va al lado de un bus en plena autopista, fácilmente puede ser atropellado, no puedo dejar de pensar que si salgo a la calle, en la noche no llegaré a mi hogar, pues siento que el odio, el rencor, la maldad y la mala suerte hacen parte de la ciudad y del entorno que me rodea, que son más las cosas malas que las buenas y que solo una pequeña porción de esas cosas buenas me pertenece.

Hace pocos días murió el hermano de una amiga, lo mataron por robarle, recuerdo que en navidad me enteré también de una trágica noticia donde un padre y un hijo sufrían gravemente en un hospital, pues un día, después de salir de un cajero les dispararon para quitarles el dinero de los aguinaldos y de año nuevo, y al pensar en esto, recuerdo con rabia y con tristeza al técnico del equipo de fútbol once Caldas, que un 22 de diciembre fue herido también por una bala, que seguramente, iba por el dinero del técnico, algunos dicen que existen también las balas perdidas, que aparentemente buscan sólo a una persona, pero se desvían y encuentran a otra, a otra persona que sólo iba hacía su casa a refugiarse de la guerra, pero es la guerra la que no permite que ella se refugie, ocurre tan rápido y es tan inesperado que en unos instantes la persona muere y lo único que se puede decir al respecto es que fue víctima de una bala perdida y cuando hablo de esto, pienso que es mentira, que las balas nunca pueden estar perdidas y que así como lo expresa el profesor Nelson Alonso Caro en su cuento bala perdida, ellas siempre tienen un fin y ese fin es matar, acabar con la vida, sea cual sea la persona y recuerdo ahora esa triste historia del profesor, que después de poner a sus alumnos a escribir fantasiosamente su última carta, ese mismo día, después de la clase, una de sus estudiantes murió por una “bala perdida” y no solo ella sino también su madre que jamás pudo ver la carta que su niña, de tan solo 10 años le escribió en la escuela, es verdaderamente triste y se me crea un nudo en la garganta al imaginarme semejante hecho.

Así pues, después de mirar todas estas historias y otras más, las que se ven diariamente en las noticias y en los periódicos ¿cómo no voy a ver la muerte cerca?; ¿cómo hacerme la de la vista gorda y pretender que nada pasa?; es imposible, pues a simple vista el peligro nos acecha y cada vez estamos más cerca de morir que de seguir viviendo y de esta manera veo mi muerte y tu muerte a mi lado, a la vuelta de la esquina, en la mirada del vecino, en los lugares donde busco, de vez en cuando, un poco de tranquilidad.

La muerte está en todas partes, ella no mira la raza, la nacionalidad, la ideología política, las costumbres o las apariencias, ella, al igual que las balas mata, nos aleja de los seres queridos, nos quita tranquilidad y nos deja, en cambio, un vacío que nada ni nadie puede llenar.

sábado, 8 de agosto de 2009


Magnificas almas flotan y brillan por un espacio encantado. Sus cuerpos se desvanecen a través de trajes de seda que forman una lluvia de colores, en las que se mezcla, la nieve con el sol y el frío con el calor.

La primavera, el otoño, el verano y el invierno se unen, para dar a las olas su mejor manifiesto.

Las beldades se deslizan una tras otra siguiendo una mirada al infinito y son solo las olas, las fieles testigos de tan magna belleza.

En ese espacio encantado reluce la imaginación, la diversidad, la cultura, la elegancia, la majestuosidad, pero sobre todo la belleza, elemento principal para darle vida a las olas, al agua, a la naturaleza, a la tierra, al día, a la noche, al sol y a la luna.

Nunca se sintieron tan felices, felices de hacer parte de un universo mágico, de un espacio encantado por la belleza y la atracción y después de un recorrido por todas las divinidades, sale el dios de este invento y revela así sus pensamientos y queda manifestado ante las olas el hechizo del que, por un momento, fueron testigos.