jueves, 27 de noviembre de 2008

Fedro y el Arte de bien decir


El  arte de bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover, es, según la Real Academia Española de la Lengua, la Retórica, ese arte, que en uno de los diálogos platónicos entre el joven Fedro y  Sócrates, también conocido como el tratado del amor, nos definen como su objeto, el saber la verdad.

Es así, como por medio del buen discurso, tanto oral como escrito encontramos la verdad, esa verdad tan deseada y que difícilmente hallamos.

Nos encontramos también con otro objeto de la Retórica, el discurso,objeto que vemos en otro de los diálogos platónicos, el de Gorgias o de la Retórica, donde Sócrates también se manifiesta:

-“...Puesto que la Retórica es una de las artes que se sirven mucho del discurso y que otras muchas están en el mismo caso…”-

Con lo anterior, se quiere decir que el discurso hace parte de cualquier arte o tratado, medicina, gimnasia, matemáticas, entre otras, donde se usa de diferentes maneras, dependiendo la ciencia de la que se trate, por ejemplo, en la astronomía, los discursos se refieren al movimiento de los astros, del sol y de la luna y así pasa con las demás artes que puedan existir.

Según esto, podemos observar que los diálogos varían según el hablante u orador, pues depende del arte que manejen o del objetivo de su discurso.

Esto es lo que sucede con Fedro y Sócrates en su diálogo, pues Fedro, un joven muchacho que está en la búsqueda del conocimiento, no hace más que repetir un discurso que ha dicho el orador ático del siglo V a.C, Lisias y lo repite sin entender, a veces, que es lo que dice este discurso, sin embargo, Sócrates, hace uso de la Retórica para darle a conocer a Fedro el mismo discurso, pero de una manera, bella y estéticamente compuesta. Veamos entonces el exordio (comienzo) de ambos discursos:

-Fedro: «De mis asuntos tienes noticias y has oído también, cómo considero la conveniencia de que esto suceda. Pero yo no quisiera que dejase de cumplirse lo que ansío, por el hecho de no ser amante tuyo. Pues precisamente, a los amantes les llega el arrepentimiento del bien que hayan podido hacer, tan pronto como se le aplaca su deseo. Pero, a los otros, no les viene tiempo de arrepentirse. Porque no obran a la fuerza, sino libremente, como si estuvieran deliberando, más y mejor, sobre sus propias cosas y en su justa y propia medida».-

-Sócrates: «Había una vez un adolescente, o mejor aún, un joven muy bello, de quien muchos estaban enamorados. Uno de estos era muy astuto, y aunque no se hallaba menos enamorado que otros, hacía ver como si no lo quisiera. Y como un día lo requiriese, intentaba convencerle de que tenia que otorgar sus favores al que no le amase, y lo decía así:

            »Sólo hay una manera de empezar, muchacho, para los que pretendan no equivocarse en sus deliberaciones. Conviene saber de que trata la deliberación. De lo contrario, forzosamente, nos equivocaremos. La mayoría no se ha dado cuenta de que no saben lo que son, realmente las cosas. Sin embargo, y como si lo supieran, no se ponen de acuerdo en los comienzos de su investigación, sino que, siguiendo adelante, lo natural es que paguen su error al no haber alcanzado esa concordia, ni entre ellos mismos, ni con los otros. »-

Es de anotar que este último discurso, el de Sócrates, es hecho con la cabeza tapada y que él lo realiza solo y únicamente porque Fedro se lo pide, pues lo reta a realizar un mejor discurso.

Es precisamente aquí, donde aparece un elemento fundamental en la Retórica, la persuasión que se trata de obligar a alguien con razones a creer o hacer algo. Y Sócrates lo maneja muy bien, pues convence a Fedro de su discurso, siendo el mismo que pocos minutos antes ya él había expuesto.

Es, entonces, una de las principales funciones de la Retórica, convencer, persuadir, inducir, entre otros, al oyente del discurso, pues la Retórica es también considerada como el arte de las palabras y depende de cómo estas sean usadas para la buena creación de dicho discurso.

Se plantean, pues, en el dialogo entre Fedro y Sócrates, dos procedimientos principales para pasar de la censura, al elogio de un discurso, ya que, así como sucedió con los protagonistas del diálogo, el primer discurso fue censurado por Sócrates, y el segundo fue elogiado por Fedro. Dichos procedimientos son:

La definición y la división, en el primer caso se trata de recoger todas las ideas particulares y reunirlas bajo una sola idea general para hacer entender por una definición exacta el tema que se quiere tratar en el discurso. Y en el segundo caso consiste en saber dividir la idea o tema general en sus elementos, evitando siempre suprimir los elementos que le dieron vida al discurso.

A aquellos que saben manejar estos dos elementos se les da el nombre de dialécticos, pues son los seres que tienen la capacidad para dialogar, argumentar y discutir, afrontando y defendiendo una oposición o un desacuerdo, por tanto manejan el arte de aprender a hablar y a pensar.

Según la teoría platónica, la dialéctica es, entonces, el proceso intelectual que permite llegar, a través del significado de las palabras, a las realidades trascendentales o ideas del mundo patente.  

Encontramos en esta definición el objeto que se nos plantea en el diálogo del tratado del amor sobre la Retórica, el saber la verdad, pues Platón, pretende en este diálogo buscar un instrumento pedagógico y lo hace uniendo tanto la dialéctica como la retórica, ya que la dialéctica es, además, un conocimiento del alma del hombre, de la oportunidad o inoportunidad de determinados discursos, y no solo un ajuste formal de los elementos que lo componen.

Escribir, al igual que hablar, también es un arte, que por supuesto, debe incluir, sobremanera, a la Retórica y Sócrates lo enseña a Fedro así:

«Puesto que el poder de las palabras se encuentra en que son capaces de guiar las almas, el que pretenda ser retórico es necesario que sepa, del alma, las formas que de ahí viene el que uno sea de una manera y otros de otra. Una vez hechas estas divisiones, se puede ver que hay tantas y tantas especies de discursos, y cada uno de su estilo».

Es entonces, como se mencionaba anteriormente, el arte del bien decir, la Retórica, pero no solo esto, sino, el arte de las palabras, el arte de la plenitud (ese que se consigue persiguiendo lo verosímil y manteniendo esto a lo largo de todo el discurso) del discurso, oral y escrito, del saber la verdad y de conocer el alma del hombre, de ver la naturaleza y de creer que ese hombre y esa naturaleza que están ante nuestros ojos, fueron fuente de inspiración de discursos anteriores, pero más que nada, es también la Retórica, el arte de persuadir y de convencer con palabras, hechos, ejemplos a aquel oyente que está al frente nuestro y, que así como el joven Fedro, quiere ampliar su conocimiento para hacer también uso de la Retórica y llevar la buena nueva de los discursos escuchados a otros seres que también quieren conocer otros puntos de vista.


Ensayo realizado para la materia Literatura y Estética en el año 2008